Los héroes bien adiestrados y otras narraciones by AA. VV

Los héroes bien adiestrados y otras narraciones by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1967-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo VII

Volhontseff tenía su despacho en su propia casa, allá en las colinas que dominan la Universidad. La vecindad estaba compuesta de jardines, glorietas, casas individuales de cierta elegancia arquitectónica. Para un citeriano aquello parecería un amasijo, un hacinamiento; sin embargo, en la Tierra de hoy esto podría considerarse como un barrio opulento. La paga consular no debería de ser mucha, ni tampoco los derechos de las monografías sobre cosas como las prácticas del alumbramiento entre los illachis. ¿Acaso aquel hombre había heredado alguna fortuna particular?

Sevigny salió del taxi adentrándose en la oscuridad bajo un árbol y permaneció plantado durante un rato agudizando sus sentidos. Nada se movía excepto las hojas en la brisa, bajo un cielo aterciopelado bordado de constelaciones. Una ventana desparramaba una luz amarilla en el jardín de Volhontseff. Bien, tenía miedo de tener que despertarle. Sevigny recorrió un sendero de gravilla, que crujió más fuerte de lo que hubiera deseado, hasta llegar a la puerta principal. Cuando subió por el porche, oyó el sonar de la campanilla. Por si acaso había algún escrutador de televisión en circuito cerrado, intentó aparentar ser inofensivo.

La puerta se abrió. Un hombrecillo con una bata parda le miró fulminante, con unos ojos brillantes y verdes desconcertadores, hundidos en un rostro arrugado y bajo un abovedado cráneo sin pelo.

—¿Y bien, señor? —murmuró Volhontseff.

—Siento molestarle tan tarde… —comenzó Sevigny.

—¡Eso espero! Siempre escribo de noche. Estuve tentado de no contestar. ¿Quién es usted y qué es lo que quiere?

—¿Me permite entrar?

—No, sin antes indicarme lo que desea.

—Soy Donald Sevigny, del clan Woodman, de Venus…

—Sí, sí, su acento resulta obvio. Nadie, excepto un miembro de los Shaw emplea los diptongos ingleses de esa manera. ¿Por qué no lleva usted el traje nacional?

—Bueno, es que… ¡Oh, diablos! Pido asilo. Cachéeme en busca de armas si gusta.

Volhontseff se limitó a parpadear.

—¿Asilo contra quién?

—Contra los enemigos de la Corporación Luna —contestó Sevigny, desesperado—, y ya sabe usted lo importante que es eso para la economía marciana. Este asunto es cosa tan suya como mía.

—¿De veras? El proyecto ha permitido a los marcianos conseguir un intercambio extraplanetario para sus sociedades y, claro, una vez la minería lunar comience en serio, podrán comprar minerales más baratos que los procedentes de los asteroides. Pero, por otra parte… bueno —la irritación de Volhontseff pareció desvanecerse. De pronto cambió de expresión y su voz semejó la de un robot—. Entre y discutiremos el asunto.

Le guio por un pasillo chapado en roble legítimo, en el que colgaban como ornamentos objetos diversos, abundando los de material labrado. Llegaron a un despacho cuyas paredes estaban cubiertas de libros.

—Siéntese —señaló a un antiquísimo sillón. Volhontseff se instaló tras su escritorio, cubierto de papeles y de útiles de bibliotecario, encendió un cigarrillo, sin invitar a su visitante, se arrellanó y contempló a Sevigny a través de una nube azulada—. Empiece con su historia —aconsejó.

Mientras el citeriano procedía a contar sus aventuras, Volhontseff comenzó a mostrar animación. De vez en cuando asentía, unas cuantas veces le interrumpió con preguntas intencionadas.



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